Costalero en la pista roja


Durante quince años de mi vida, la pista roja era, nada más y nada menos, la segunda cancha en importancia de mi colegio. Recuerdo haber jugado algunos partidos de balonmano allí, muchos entrenamientos y no menos partidillos de fútbol; aliñados con el típico test de Cooper en clase de gimnasia. Tampoco se me borra de mi memoria cuando mis abuelos, en sus visitas a Almería se acercaban a la hora del recreo a entregarnos regalitos por esos agujeritos con los que se formaba la pared antes de los 90.

Desde el sábado, sé lo que es hacer lo que más me gusta en ella. Serían aproximadamente las diez y media cuando el paso de palio de los Desamparados entró en las Jesuitinas y aquel lugar quedó registrado en mi memoria como otro sitio cofrade. ¿Quién lo iba a decir cuando, un día tras el colegio, llegó mi hermano a casa contando que había conocido a un chaval que le gustaba la Semana Santa? Eh, José Ramón.

Nunca, entre pelotazo y pelotazo, habría podido imaginar que un día me preocuparía de que esa pista cae hacia el costero izquierdo o que la levantá se haría en cuesta. Cosas de la vida.

Allí entramos, paseando a la Virgen, a los sones de La Madrugá -curiosamente la primera marcha que escuché en una salida extraordinaria, la que hizo la Virgen de la Paz de Ayamonte justo hace dieciséis años menos un día- y de allí nos fuimos escuchando Hosanna in Excelsis y con la sensación de que, una vez más, se nos escapaban de las manos unas vivencias inigualables e inolvidables a la par.





Y es que me siento un privilegiado por participar en un día importante para la hermandad de Pasión. Echando la vista atrás, mis primeros contactos con el mundo del costal tuvieron lugar en los ensayos de la primera época del genial Cristo caído que nos cautivó en la Catedral, cuando salía, precisamente, de la pista roja de las Jesuitinas. Con Juan Sagredo siempre al frente, recuerdo una cuadrilla de la que formaban partes nombres como Jesús Vivas, Manolo Márquez, Esteban, Armando, el Papica, el Pirata, Pepe Parrilla o el malogrado Pepe Elvira que, en fríos lunes de Cuaresma portaban una parihuela de hierro negro por las calles cercanas a Soldado Español.

Y así, arriando a la Virgen de los Desamparados –recuerdo como si fuera ayer su bendición y el posterior concierto de las Fusionadas ya en la nueva parroquia- frente al Liceo, puedo dar por satisfecha una deuda con la hermandad que introdujo cierto ambiente cofrade en mi colegio. Una deuda saldada con un trabajo más que digno y, sobre todo, muy respetuoso.

Gracias a los capataces, a los costaleros y a la hermandad de Pasión por darme la oportunidad de vivir en costalero uno de los lugares que han marcado para siempre mi vida.

Y a mi gente, como no, por estar siempre ahí.

Un Saludo

P.D: Foto tomada del blog de Álvaro Abril. Video de ErSobri95.

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