En mis cortas entendederas como aficionado a los toros siempre he tenido presente que el Domingo de Resurrección en Sevilla es la fecha más importante del año taurino, en la que todas las figuras quieren estar y un día que da prestigio a todas las ganaderías que lidian sus bureles en el albero maestrante.
Todo ello me empujó a reservar entradas para posteriormente adquirirlas, volver temprano de Granada tras haber sacado un paso el día anterior, con la correspondiente falta de descanso, y rehusar asistir al Ramón Sánchez Pizjuán para ver el Sevilla FC-Getafe –no me perdí nada-. El resultado: dos horas y media de supino aburrimiento. El motivo: Los toros de Zalduendo.
No me entra en la cabeza que una ganadería como Zalduendo, pedida por las figuras en casi todos los ruedos, envíe a la cita sevillana esos seis toros. Un primero con el pitón derecho tan astillado que hacía que el izquierdo no llamara la atención, un segundo cornigacho a los que siguieron todo un ramillete de toros mansos, rajados y poco amigos de la pelea. La bravura brillaba por su ausencia. Para muestra un botón, sólo el último de la tarde saltó al ruedo con decisión, eso sí, sin galopar como mandan los cánones, el resto buscaban la salida, salían andando o simplemente se daban la vuelta. Si esos son los seis mejores toros de la camada de Zalduendo, o al menos deberían serlo, mala pinta tiene la temporada de esta casa.
Así las cosas, la espectacular terna –¿quién no firmaría asistir a un festejo con Morante, el Cid y Manzanares en el cartel?- apenas tuvo posibilidad de lucirse ante tan desafortunados toros. El de la Puebla, ataviado con un acertadísimo capote de paseo con la imagen de Jesús del Gran Poder, topó quizás con el único astado salvable de la tarde, el astillado primero, que mientras que por el derecho dio oportunidad a darle algunos pases rematados con bonitos trincherazos, por el izquierdo se volvió mirón y peligroso, así que el diestro cogió la espada, pinchó varias veces y lo mató de un pinchazo hondo, al igual que a su segundo, al que, por el contrario, no pudo darle ni un pase aunque sí algún que otro lance con el capote que el toro se encargó de estropear echando las manos por delante.
El Cid tuvo el peor lote, con su primero ni siquiera pudo coger la mano izquierda ya que el marmolillo era de libro, pero el quinto esta vez también fue malo y apenas pudo demostrar su calidad. Sólo en un quite al primero de la tarde por verónicas, sin forzar al toro, dejó en la Maestranza detalles de lo que el saltereño es capaz. Al segundo lo mató de una gran estocada a la primera, mientras que al quinto, tras pinchar, también le recetó un buen espadazo.
Manzanares en su primero pudo lucirse algo, lo mínimo, con alguna que otra tanda vistosa hasta que el descastado se volvió peligroso, en el último más de lo mismo, el que parecía que podía ser el toro de la tarde por su salida se acabó parando y con el respetable pidiéndole que lo matara para aligerar el aburrimiento y salir lo antes posible de la preciosa plaza. Eso sí, lo mejor de la tarde fueron los dos estoconazos con los que el alicantino despachó a sus dos oponentes.
En el momento de sacar conclusiones de las dos horas y media de mi vida perdidas, me pregunto si aguantará Canorea un nuevo desastre ganadero esta temporada, si le pasará factura el abuso del monoencaste y, por último, qué pintaban José Tomás y Miguel Ángel Perera en Málaga cortando orejas a pares.
Menos mal que queda mucha temporada por delante:
Un Saludo
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