Hace unos meses, no recuerdo cuantos, el Abuelo de Granada, peonazo del Señor Despojado del Fígares con el que tuve la suerte de coincidir en aquella inolvidable Passio Granatensis, me envíaba un tesoro en forma de fotografía de la Macarena a mi bandeja de entrada.
Pero claro, por ese tesoro había que pagar el peaje de escribir lo que me evocara esa foto. Una reflexión que él colgaría en su blog en una acertada serie repleta de cofrades de pro, que yo lo sé, de varios puntos andaluces.
Yo la mía la terminé así:
Puede que la medida sea sevillana y la Macarena sea la medida. Lo que es seguro es que la Macarena es Sevilla.
Y es que mi reflexión se basaba en que si hay algo que distingue a la Virgen, a la cofradía en general, que sale desde La Resolana es, por encima de todo, el sentido de la medida que aportan a todo lo que hacen y que todos queremos imitar pero casi ninguno consigue.
En ese punto también gira mi opinión acerca del día que la Virgen nos regaló el pasado sábado. La Virgen y una hermandad que va mucho más allá del novelerío, que sabe lo que tiene que hacer en cada momento y, lo mejor de todo, es que le sale tan natural que podría parecer casi insultante, si no fuera porque esa palabra no pinta nada si de lo que hablamos es de cofradías...
Eso es lo que yo vi. Un paso exquisitamente montado -pese a lo poco atractivo que me resulta un paso de palio sin su apellido-, un cortejo amplio y macarenamente formado, un repertorio apropiado porque yo no me canso de oir sus marchas tras Ella y, sobre todo, un andar gracioso, cadencioso y huyendo de la pesadez y el tedio que le están imprimiendo los costaleros últimamente a cada procesión extraordinaria.
Ya por Don Fadrique a la altura del Hotel Macarena comentaba con mi amigo Enrique Henares que cada vez me gustan menos las extraordinarias precisamente por eso, por su pesadez.
Pero la Macarena, en su medida, supo hasta cuidar el detalle del andar para, una vez más, abrir los ojos a Sevilla e incluso al que no quiera abrirlos.
Y es que la Macarena es Sevilla. Incluida La Cartuja.
Un Saludo
Pero claro, por ese tesoro había que pagar el peaje de escribir lo que me evocara esa foto. Una reflexión que él colgaría en su blog en una acertada serie repleta de cofrades de pro, que yo lo sé, de varios puntos andaluces.
Yo la mía la terminé así:
Puede que la medida sea sevillana y la Macarena sea la medida. Lo que es seguro es que la Macarena es Sevilla.
Y es que mi reflexión se basaba en que si hay algo que distingue a la Virgen, a la cofradía en general, que sale desde La Resolana es, por encima de todo, el sentido de la medida que aportan a todo lo que hacen y que todos queremos imitar pero casi ninguno consigue.
En ese punto también gira mi opinión acerca del día que la Virgen nos regaló el pasado sábado. La Virgen y una hermandad que va mucho más allá del novelerío, que sabe lo que tiene que hacer en cada momento y, lo mejor de todo, es que le sale tan natural que podría parecer casi insultante, si no fuera porque esa palabra no pinta nada si de lo que hablamos es de cofradías...
Eso es lo que yo vi. Un paso exquisitamente montado -pese a lo poco atractivo que me resulta un paso de palio sin su apellido-, un cortejo amplio y macarenamente formado, un repertorio apropiado porque yo no me canso de oir sus marchas tras Ella y, sobre todo, un andar gracioso, cadencioso y huyendo de la pesadez y el tedio que le están imprimiendo los costaleros últimamente a cada procesión extraordinaria.
Ya por Don Fadrique a la altura del Hotel Macarena comentaba con mi amigo Enrique Henares que cada vez me gustan menos las extraordinarias precisamente por eso, por su pesadez.
Pero la Macarena, en su medida, supo hasta cuidar el detalle del andar para, una vez más, abrir los ojos a Sevilla e incluso al que no quiera abrirlos.
Y es que la Macarena es Sevilla. Incluida La Cartuja.
Un Saludo
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